¿Cuánto vale?

¿Cuánto vale merecer, tener, padecer, perder, sacrificarse o satisfacer?


Odoo • Una imagen con una leyenda
 selfie con los valores invertidos.

Soy hija de padres autogestivos, o por lo menos así fue toda mi infancia y parte de mi adolescencia, justo antes de independizarme. Entonces crecí, con la autogestión del trabajo y del dinero, con sus posibilidades y sus deficiencias. No puedo decir que viví en la pobreza, nunca me faltó lo esencial, pero viví en la incertidumbre. 

La circunstancia me llevó a desarrollar una relatividad enorme sobre el valor de todas  las cosas, desde lo  más concreto a  lo más  sutil.

Una teoría cuántica de la economía se gestaba. 

¿Cuánto vale mi tiempo? ¿Cuánto vale mi energía? ¿Cuánto vale mi seguridad? 

El no saber cuándo va entrar el dinero, y  sobretodo cuánto va a entrar,  nos da una gran destreza en la administración, aunque descontrola la escala de urgencia o importancia y por ende lleva a elaborar una especie de FE, un misticismo y un universo mágico en torno a las necesidades, la satisfacción, lo justo… lo que sucede, conviene. 

Distorsionado el eje  de necesidades básicas por el empuje del consumo y las escalas sociales, tuve la suerte de adquirir un medidor de energía y tiempo, aunque tardé en preguntarme cuánto tiempo y energía me llevaba poner en práctica ese medidor. Medir el valor de mi tiempo, me llevaba tiempo… y así sucesivamente. Y la FE no alcanzaba para sentir la seguridad de estar cubriendo mis necesidades, y casi era un lujo pensar en satisfacer deseos. 

FE o Deseo.

Desear  y satisfacer ese deseo es un objetivo. Una especie de meta organizativa que vuelve a medir mi tiempo y mi energía.

¿Cuánto vale ese viaje? ¿Ese vestido? ¿Esa casa? ¿y el trabajo de mis sueños? 


¿Vale atarse a una relación de dependencia? 

¿Qué voy a sacrificar?

 ¿Qué ritual de adoración es necesario para satisfacer mi deseo? 

¿Y si sacrifico mi deseo y me entrego a lo que el universo tiene para mí? otra vez la FE.

En medio del caos económico interno encontré  el arte como dios organizador temporal y energético,  comenzaron a  jugar un papel importante el sacrificio y el padecer, por la satisfacción del padecimiento,  para merecer y tener. Hacer arte es por amor. Amar el arte no es medible.  Y para ejercerlo hay que darlo todo: dejar la piel, desgarrar músculos, quebrar o fisurar huesos, asfixiar hasta el placer. Empujando así el límite del valor.

Hasta  que la vejez y este cuerpo cansado, traumado y reducido en flexibilidad  hace que este dios, el díos artístico y creador se vuelva parámetro también de la relatividad económica… y se reduce cada deseo a la pregunta: 

¿cuánto valgo?